En días como este, es imposible no recordar la experiencia de vivir Jerez, no es ir a un circuito, no es juntarse con más motos, es Jerez, es el Puerto, es Andalucía, es increíble.


He ido muchas veces y siempre ha sido diferente, inolvidable, pero la primera vez, fue única e irrepetible. Nos fuimos a modo de locura mi marido y yo, solos, no necesitábamos a nadie más, sin podérnoslo permitir pero como capricho del año, una ilusión compartida que queríamos hacer realidad. Llegamos al Puerto, con nuestra Ducati S4R y con unas ganas terribles de tomarnos una servesica en el Romerijo después de un largo viaje, nada más lejos de la realidad, dando un paseíto por la costa de camino desde el hotel a la ciudad, nuestra Ducati dijo hasta aquí, y lo que en ese momento nos hundió en la miseria, no era más que el principio de una de las mejores aventuras de nuestra vida.
Llegamos como pudimos hasta el taller más cercano, con unas lagrimas como puños y la moral por los pies, allí se desvivieron por intentar arreglar piezas que tardarían más de un mes en llegar desde Italia, se recorrieron la provincia buscándolas y hasta nos invitaron a almorzar. Conocimos a Alberto nuestro mecánico y uno de los ángeles que nos iluminó en ese camino, al que agradecidos por tanto esfuerzo y dedicación, quisimos regalar las entradas al circuito al que ya no podíamos ir, cuál fue nuestra sorpresa cuando nos dijo de quedar al día siguiente en el Caballo Blanco, donde nos iba a dejar su moto y acompañarnos al circuito llevando el la de su cuñado. Sin embargo, no pudimos evitar dejarnos llevar por el corazón partido que nos dejaba la Ducati al verla marchar subida en la grúa dirección al reten.

Nos arrastramos cabizbajos a la avenida del Puerto de Santa María donde no paraban de pasar motos y motos rugiendo sin cesar, elevando nuestras pulsaciones y espíritus hacia lo más alto, porque señores no hay sensación igual que pueda describir mejor a un motero como la de que se te erice el bello de forma continuada viendo y viendo pasar motos sin cesar por esa avenida, porque fuesen minutos o fuesen días esta visión hipnotiza al más pintado, ese espíritu de alegría y color que se transmite es único y lo digo con conocimiento de causa, porque he estado en muchos circuitos y no es comparable, es mágico.


Pasaron las horas y nos entró la hambrecilla, decidimos tomarnos algo en ese Romerijo del bulevar que se nos había quedado pendiente, pero nuestro semblante seguía siendo apenado, no podíamos evitar envidiar a esos miles de moteros que seguían pasando y haciendo tronar sus motos por el Puerto, era inevitable, queríamos estar allí. Cenando, teníamos al lado a una pareja mayor que nosotros un señorito andaluz y una pijilla guerrera que le hacía volar, que se percataron de nuestra cara tristona, sin dudarlo nos preguntaron que nos pasaba que no estábamos haciendo el paseíllo, y cuando les contamos nuestra historia, dijeron ¡Hasta aquí la pena, ahora veréis!

Como no podía ser de otra manera, fue el inicio de una noche histórica, juntamos nuestras mesas, comimos de todo, bebimos vino, nos invitaron a cubatas, nos enseñaron el Puerto y nos hicieron reir, olvidar las penas y disfrutar, lo pasamos genial, con una pareja que nada tenía que ver con nosotros, que no conocíamos de nada y que sin embargo compartió con nosotros su historia y que siempre estará en nuestro corazón porque atentos señores, aunque no eran moteros, tenían ese espíritu que a todos los moteros nos invade y hace que seamos hermanos.
Se hizo tarde y nos fuimos andandico pal hotel, claro en moto 11 Km no son nada, pero a altas horas de la noche, contenticos y a pie…., puff , cuando ya no podíamos más y eso que no habíamos salido ni del pueblo, nos encontramos con un grupico de chavales que se iban de fiesta, y como no, nos preguntaron ¡chiquillos, pero donde vais andando a estas horas!

Aquí les dijimos señalando el mapa, cero coma tardaron en montarnos en el coche apretujados y preguntarnos nuestra historia, y como no podía ser de otra manera allí en el Puerto, resulta que ellos también habían visto nuestra moto partir, eran los dueños del bar donde habíamos almorzado, porque así es Jerez, es único, es mágico y aunque me repita es inolvidable.
Al día siguiente como había prometido Alberto y su novia nos estaban esperando en el Caballo Blanco, con una moto cada uno para poder irnos los cuatro al circuito, allí compraron sus entradas y vimos las carreras, bajo un sol de justicia pero viendo nuestro sueño cumplido, salimos eufóricos del circuito y nos fuimos a comer, todavía nos querían invitar y todo.
Fue una vivencia increíble, llena de ángeles de la guarda que a cada paso nos encontraban, ángeles con los que a través de redes seguimos en contacto y nuestro hilo rojo jamás se podrá romper.
Hemos ido muchas veces más a este gran premio, a Chipiona, Jerez y el último año al Puerto de Santa María porque queríamos volver a recordar esos maravillosos momentos que vivimos allí, que hicieron de un viaje desastroso una experiencia que jamás olvidaremos y que nos enseño que el espíritu motero no solo está en las carreteras, está en todo el que lo quiera sentir.
He de decir que años después de esta experiencia, nos resarcimos de esa espinita que se nos quedó clavada, esa vez no fuimos solos, nos acompañaron nuestros hermanos y volvimos a reencontrarnos con esa avenida, con esos moteros venidos de todas partes y pudimos vivir la experiencia de hacer rugir nuestras motos, de compartir risas, miradas y sobre todo sonrisas con esos niños que te ven pasar, pero lo que hizo aún si lo cabe más especial el momento, lo que hoy recordando aún me emociona, fue llevar a mi espalda hondeando la bandera de mi hermandad, la bandera de Dorsal Zero.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *