
Me he inspirado a contar esta historia por una conversación que tuve anoche por un grupo WhatsApp con Mario que no se fia de las mechas repara pinchazos porque le montaron una mal y tuvo un problemon. Yo personalmente he montado decenas de mechas y nunca he tenido problemas.
Pero a lo que voy:
Mi historia de un gran reventón.
Os voy a contar el susto más grande de mi vida. Fue allá por los años 2000 y poco.
Yo, mensajero con una Yamaha FAZER FZS 600S, iba filtrando entre los carriles 1 y 2 —o incluso entre el 2 y el 3— a unos 80 o 90 km/h, en tráfico denso, en plena M25 (la autovía orbital de Londres). Por la zona de Heathrow hay como cinco carriles… y un tráfico brutal.
En eso que veo “algo” gris justo en mi trayectoria. Tengo coches a ambos lados. No puedo esquivarlo. Me lo tengo que comer.
En esos momentos no sabes si es un zapato, un ladrillo, un libro… Así que levanto el culo del asiento, tiro fuerte del manillar hacia arriba para absorber el impacto del objeto jodedor no identificado y… ¡Bang! ¡Bang!
Era algo duro de verdad. Como pasar por encima de un badén de seguridad o un ladrillo ¡a 80 o 100 por hora!
Acto seguido, pierdo el control de la moto. Empieza a temblar, el manillar vibra locamente como una batidora industrial.
La moto se pone a hacer eses. Resultado: había pinchado las dos ruedas.
Y yo rodeado de tráfico agresivo pitándome como si fuera idiota.
Os juro que pensé: «Aquí muero, atropellado por la furgoneta de un albañil, un camión o una Karen llevando a sus niños a cricket.»
La moto iba como un flan. Con el sobrepeso de los baúles llenos de mapas y herramientas, no tenía control de nada. Cualquier mínimo movimiento, y la moto se iba para donde le daba la gana.
Fue dificilísimo no acabar haciendo carambola contra los coches que formaban mi túnel en ese carril semi-ilegal que se genera para las motos cuando surfeamos las líneas blancas discontinuas.
Los coches me pasaban follados por ambos lados, gritándome, haciéndome cortes de manga, tocando el claxon como si yo fuera un total gilipollas o un borracho.
Y en ese momento… hice las paces conmigo mismo y con el universo. Pensé que ya está. Se acabó. Todo iba en cámara lenta por el subidón de adrenalina…
Y entonces… ¡Cha-chán!
Se me apareció DIOS.
No para la acogida a sus senos! No no, no era el momento de mi juicio final.

Se presentó en forma de un precioso camión Volvo articulado, que vi por los espejos retrovisores: juro que había encendido hasta la tostadora el bicho!
Luces largas, antinieblas, las de emergencia… Aquello parecía la nave Enterprise del Star Trek.
Fue tan maravilloso ver como ése precioso camión iba resguardandome de todo el tráfico haciendo eses de carril a carril detrás mía a una distancia prudente tocando el claxon que parecía el claxon anti niebla de un barco, fue así como una enorme serpiente sagrada enviada por Pachamama (o por el dios de guardia en ese momento) guiando mi caos con su estela luminosa, protegiéndome de ése rebaño de crustáceos motorizadas.
Ese santo camionero me cubrió con su nave nodriza de toda la manada de salvajes que no tenían ni puta idea de que yo acababa de tener un doble reventón en moto.
Aún recuerdo el sonido tan reconfortante de su doble claxon barítono cubriendo mis espaldas.
Gracias a él, pude llegar a salvo al arcén.
Y os juro por mi vida que ese profesional me salvó de una muerte casi asegurada o mínimo unas lesiones irreparables de por vida.
Desde ese día, soy el más agradecido y solidario con todos los profesionales de la carretera.
¡Putas y barcos para ese hombre!
No todos los héroes llevan capa.
¡¡Viiiiiiiiva ese
conductor conductor conductor…
Viiiiiiiiva ese conductor conductor-tor!!!
