Es curiosa la percepción de saber, y sentir que algo te gusta sin saber porque, pero tener la certeza de que así es.

Siempre he tenido claro que las motos y el mundo que las rodea me gustaban, me atraían, me atrapaban. Quien es motero/a seguro que ha experimentado la necesidad de mirar y girarse, estando sentado en algún lugar al oír una moto pasar, es algo innato. Cruzarse con cualquiera que mantenga una conversación sobre las dos ruedas y sin darnos cuenta, poner la oreja, o verse interviniendo o cambiando impresiones y por supuesto, seguir montando a pesar de las caídas…..

Carreras, concentraciones, curvas, velocidad, adrenalina, rebeldía, desconexión, libertad, ese viento en la cara….; describir esas emociones nos resulta complicado, porque sabemos que tan solo se pueden sentir verdaderamente experimentándolas, es como se hacen latentes en uno mismo. Y nos entiende el que habla nuestro mismo idioma, el que lo vive como nosotros, el que conecta con ese sentimiento.

 

 

 

 

Como ocurre con la sonrisa, cuando alguien nos sonríe, nuestro cerebro suele corresponder automáticamente, activando las mismas áreas cerebrales y liberando hormonas relacionadas con el bienestar, lo que hace que queramos sonreír también.  Probablemente transmitamos eso a nuestros seres queridos, probablemente nuestros pequeños reflejen esa sonrisa a nuestro lado junto a las motos porque, irradiamos felicidad al bajarnos de ellas.

Desde pequeños, les hacemos despertar la curiosidad por nuestro mundillo, compartiendo pasión, respeto, responsabilidad, es una cosa que va más allá de la mecánica y la velocidad, pues algo empieza a crecer en ellos. Dejamos un legado generación tras generación, como pasa con la buena música, las recetas, u otros aspectos de la vida, un legado que queda impregnado en ellos, logrando que por voluntad propia nos acompañen, lo sigan, y lo hagan también suyo o su forma de vida, devolviéndonos de nuevo la sonrisa transmitida y formando un círculo infinito del que al igual que de la moto, no nos queremos bajar….

Creamos unión, complicidad, seguridad, pero sobre todo familia, como se crea en Dorsal, compartiendo, transmitiendo y en muchas ocasiones haciendo de las motos un modo de vida.

 

 

 

 

 

 

 

Los años pasan y lo veo con orgullo en las generaciones venideras, cuando en sus ojos ves el mismo brillo que alguna vez tuviste tú la primera vez que subiste a una moto, lo veo, en cómo se ilusionan con participar, por montar, por querer ser parte de nuestra hermandad, y, sobre todo, por querer ser moteros/as, aceptando un legado, una pasión que les acompañará toda la vida.

En mi caso, nunca he sabido porque esa emoción iba intrínseca en mi persona, hasta el año pasado, en una ruta más introspectiva, más personal, pero ese es otro tema, otro viaje………😉

Gracias abuelo, (merci-grand père), y gracias papá.

 

 

 

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