En la de un motero/a, también está llena de momentos inesperados, que no se planean y que surgen en medio de una ruta cualquiera, cuando tu moto se rompe y estropea ese momento de libertad y desconexión que ansiabas con locura. Como con todo, la clave está en cómo nos lo tomamos y en la forma en que afrontamos cada situación.

Quién no ha sufrido esa putada alguna vez, solo o acompañado, sabemos que siempre habrá otra persona para ayudarte, porque así somos los moteros, solidarios entre tantos adjetivos a definirnos. Pero la realidad es que llegar a casa con la moto rota, es una grandísima jodienda, salvo que seas tan amante de las motos que hagas de la cara mala, otro viaje compartido.

Y es que, de lo malo también salen momentos inolvidables si como en esta hermandad cuentas con el compañero/a, el amigo/a, o la pareja que siempre está ahí….

La amistad y la pasión por las motos pueden formar la combinación perfecta, pues hay algo especial cuando te encuentras acompañado con las manos cubiertas de grasa, la risa entre herramientas y la satisfacción de dar nuevamente vida a un motor que parecía rendido. Arreglar una moto en compañía, no es solo una cuestión mecánica, es además de una suerte, un acto de confianza, de fe en el otro, de paciencia, ideas y conocimientos compartidos, de aprendizaje mutuo en todos los aspectos. En cada tornillo apretado, en cada pieza ajustada, hay una historia que se va forjando, entre momentos de frustración cuando el motor no responde como debería, pero también en el mágico instante en el que gira por fin, escuchando ese motor rugir de nuevo y ambas personas celebran con emoción que han logrado algo con sus propias manos y han fortaleciendo ese lazo que los une. Como se dice, en las duras y en las maduras….

 

 

 

 

Es ahí, en ese momento inesperado de la ruta, cuando la carretera se siente menos hostil, porque sabes que no estás solo/a, cuando el garaje se convierte en un espacio de camaradería, en esa risa compartida que se oye como una de las mejores canciones de rock de fondo, ante lo absurdo de la situación, en los intentos desesperados por arreglar el motor con lo que tienes a mano y estrategias fallidas a la vez que nutridas de la ayuda del otro, pero sobre todo cuando la sensación de victoria es compartida.

Pues al final la verdadera aventura ya sabemos que no es solo el destino, no es solo el viaje, sino todo lo que ocurre alrededor, y algunas de las mejores e imborrables historias nacen justo cuando pensabas que tu día estaba arruinado.

Así en esta hermandad, cuando la moto te abandona, el compañerismo y la amistad salen reforzados…

 

 

 

 

 

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